El 28 de abril de 1788, 19 hombres a bordo de una embarcación de siete metros de eslora y dos de manga miraban, desolados, alejarse la popa del navío en el que habían pasado el último año y medio navegando. Aquellos hombres quedaban abandonados a su suerte en mitad del océano Pacífico, como resultado de la más famosa rebelión de la historia del mar. Un suceso cuyo relato sería contado una y otra vez hasta nuestros días, convertido en poemas, novelas y películas: el motín de la Bounty.
El HMS Bounty (antes llamado Bethia) era un buque mercante de tres palos y 215 toneladas adquirido por la Marina Real británica. La arboladura convencional, por considerarse demasiado larga, había sido ligeramente acortada para el viaje. También el lastre de hierro quedó reducido de 45 a 19 toneladas. Su eslora era de 28 metros, su manga de 7,5 metros, y la bodega tenía tres metros de altura bajo los baos de la escotilla principal. El camarote principal de la entrecubierta poseía dos grandes tragaluces y estaba acondicionado con escotillas adicionales y un sistema de irrigación para transportar desde Tahití retoños de árbol del pan. Era un navío poco confortable para sus tripulantes, donde el capitán debía alojarse en un pequeño camarote, mientras que oficiales y guardiamarinas dormían en literas.
La tripulación estaba dividida, y, aunque nos unía el mismo desastre, al final nuestros destinos serían muy diversos.
Nordhoff y Hall El motín de la Bounty